La palabra encarnada: poesía y revelación del ser en Octavio Paz

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La poesía, para Octavio Paz, no es un adorno del lenguaje: es su raíz más viva. Es el instante en que la palabra deja de ser instrumento para convertirse en cuerpo, en presencia. En el poeta mexicano, el verbo se hace carne no sólo en el sentido religioso del misterio, sino en el sentido ontológico: la palabra es la materia misma con que el ser se revela.

La palabra que nombra el mundo

Desde El arco y la lira, Paz concibe la poesía como un “modo de conocimiento” y no como un simple artificio verbal. Conocer, para él, es participar. Cuando el hombre nombra, vuelve a fundar el mundo, lo saca del silencio. En ese acto, la palabra encarna —se hace cuerpo sonoro, imagen viva— y el mundo, a su vez, se reconoce en ella.

“La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza” — El arco y la lira.

No hay, en Paz, una separación tajante entre lo sagrado y lo profano: el verbo humano es prolongación del Verbo creador. Si el mito bíblico dice que “en el principio fue la palabra”, Paz añade que en cada poema ese principio renace. La palabra poética no sólo describe la realidad; la revela. La rescata de la rutina y del uso trivial del lenguaje.

La poesía como encarnación del ser

Paz intuye que el ser no se deja atrapar por los conceptos, sino que se manifiesta en el ritmo, la imagen y el silencio entre las palabras. La poesía, entonces, no explica: encarna. Su función no es definir al mundo, sino hacerlo presente. En esa presencia radica su misterio y su poder.

La revelación poética del ser es un acontecimiento. Sucede cuando el poeta, en un instante de transparencia, se disuelve en la palabra y deja que ésta hable por sí misma. El poema no es un discurso, sino un acto de comunión: el lenguaje vuelve a ser cuerpo del espíritu. Como diría Paz, “el poema no dice: es”.

En esa “encarnación”, el poeta mexicano redescubre la dimensión sacramental del lenguaje: cada palabra es un signo que une lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino. Pero esta unión no es dogmática ni teológica; es existencial. El hombre, al decir, se revela y se entrega.

El eros de la palabra

Toda la obra de Paz está atravesada por una tensión erótica. El amor, como la poesía, es una forma de conocimiento que trasciende al yo. En ambos casos hay un deseo de comunión, una búsqueda de unidad. Cuando el poeta escribe, ama: se entrega a lo que no puede poseer del todo, se abre a lo otro.

Por eso, para Paz, la palabra encarnada es también palabra amada. El poema nace del deseo de reconciliar al ser con su lenguaje, al cuerpo con el espíritu, al tiempo con la eternidad. La poesía es eros que se hace logos. No hay separación entre lo sensual y lo espiritual, entre el cuerpo que goza y el alma que comprende.

“El amor es una revelación del ser: nos muestra lo que somos y lo que podríamos ser.”

La llama doble.

La palabra poética es, entonces, la forma humana de esa llama doble: en ella arde la inteligencia y el deseo, la reflexión y la entrega. Por eso el poema no se “razona”; se vive, se encarna.

El silencio como última palabra

Paz entiende que toda palabra tiende al silencio. No por impotencia, sino por plenitud. Cuando el lenguaje alcanza su límite, el ser habla por sí mismo. La poesía, así, se vuelve contemplación: un escuchar más que un decir.

En Blanco o Piedra de sol, ese silencio se vuelve ritmo, respiración, latido. El poema deja de ser un texto y se convierte en experiencia temporal. El lector ya no interpreta: participa. En esa participación, la palabra vuelve a ser sagrada, no porque remita a un dios, sino porque une lo disperso. Une al hombre consigo mismo.

La palabra como puente

En el fondo, Paz busca lo mismo que los místicos: una unidad perdida. Pero su vía no es la fe, sino la palabra. Por eso su poesía está llena de puentes: entre el pasado y el presente, entre el yo y el tú, entre el decir y el callar. La palabra encarnada es ese puente: un acto de reconciliación entre el hombre y el mundo.

El poeta no revela verdades eternas; revela la verdad del instante. Y en ese instante, el ser —el verdadero ser— se hace carne, se hace verso, se hace nosotros.

El verbo que sigue siendo carne

Octavio Paz nos deja una lección que trasciende la literatura: el lenguaje no es un espejo, sino un cuerpo vivo. Cada palabra pronunciada con conciencia poética participa de la creación. Quizá por eso la poesía sigue siendo necesaria: porque nos recuerda que aún podemos decir el mundo de nuevo.

¿Podremos, en medio del ruido tecnológico y la palabra banalizada, volver a escuchar esa voz original del ser? La respuesta, quizá, está en cada silencio que aún espera convertirse en palabra.

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