La izquierda, el pueblo y la historia que todavía se está escribiendo

Camino inconcluso que se abre hacia un horizonte en construcción con símbolos de trabajo, libros y manos diversas.
La historia no está cerrada: se construye con errores, aprendizajes y esperanza. El camino está en construcción pero claro, el horizonte está marcado, las herramientas están a la mano, las ideas se están definiendo.

Las derrotas recientes de la izquierda en América Latina no significan el abandono de la justicia social, sino una etapa crítica de aprendizaje en la construcción de sociedades más justas, libres y humanas.

Una reflexión sobre crisis, aprendizaje y esperanza en América Latina

En los últimos años, América Latina ha vivido una serie de acontecimientos políticos que han desconcertado a muchos. Gobiernos identificados con la izquierda o el progresismo han perdido elecciones, han sido desplazados o han visto erosionar su legitimidad social. 

En algunos casos, como el reciente en Chile, esto ha significado el regreso democrático de una derecha que no oculta su cercanía, a veces simbólica y a veces explícita, con el legado del pinochetismo.

Frente a este panorama, se repite una idea con rapidez y ligereza: el pueblo pobre ha dejado de sostener a la izquierda. La frase suena contundente, pero encierra un problema grave: da la impresión de que la historia ya se cerró, de que el proyecto de justicia social fue abandonado por quienes más lo necesitaban.

Este artículo parte de una convicción distinta: la historia no está terminada. Lo que estamos viviendo no es el fin de una aspiración humana fundamental —la igualdad y el bienestar—, sino una etapa crítica de aprendizaje, tanto para los pueblos como para las fuerzas políticas que dicen representarlos.

1. La historia no es un péndulo: no gira mecánicamente entre izquierda y derecha

Es frecuente escuchar que la política funciona como un péndulo: hoy gobierna la izquierda, mañana la derecha, luego vuelve la izquierda, y así sucesivamente. Esta imagen puede resultar cómoda, pero es profundamente engañosa.

La historia humana no avanza por turnos mecánicos. Avanza de manera conflictiva, con retrocesos, errores, correcciones y nuevas síntesis. Si la historia fuera un simple péndulo, no podríamos explicar por qué la humanidad logró abolir la esclavitud, reconocer derechos laborales, ampliar libertades civiles o aceptar —al menos en principio— que toda persona tiene dignidad, independientemente de su origen, sexo, religión o condición social.

Nada de eso fue automático ni inevitable. Todo fue conquistado. Y muchas veces, después de grandes avances, hubo retrocesos dolorosos. Pero incluso esos retrocesos no anulan lo aprendido: lo ponen a prueba.

Por eso, interpretar las derrotas recientes de la izquierda como un “regreso al pasado” definitivo es una forma de desesperanza intelectual que no se sostiene históricamente.

2. El pueblo pobre no es ignorante ni carece de conciencia histórica

Una explicación frecuente —y profundamente injusta— sostiene que los pobres votan contra la izquierda porque no entienden la política, porque son manipulables o porque carecen de conciencia histórica. Esta idea no solo es elitista: es falsa.

La historia de América Latina está escrita, en gran medida, por pueblos empobrecidos que comprendieron con claridad que la soberanía no es un discurso vacío contra la intervención de otras naciones, sino la capacidad de un pueblo de decidir sobre el propio destino; comprendieron también que los bienes de la nación no pertenecen a unas cuantas élites sino a toda la población; la misma historia nos ha enseñado que los imperios no intervienen para “salvar” a los pueblos, sino para extraer sus riquezas naturales o su fuerza de trabajo; de la misma manera, los pueblos comprendieron que la desigualdad no es casualidad , sino una estructura construida para beneficiar a las élites.

Si los pueblos pobres no hubieran comprendido todo esto, no existirían las independencias, las luchas campesinas, los movimientos obreros ni las resistencias populares que marcaron el continente.

El problema, entonces, no es la falta de conciencia, sino las condiciones concretas que permiten que esa conciencia se sostenga en la vida cotidiana.

3. Cuando la necesidad aprieta, el horizonte histórico se acorta

Aquí conviene ser honestos, incluso si incomoda a ciertas lecturas idealizadas del pueblo. Karl Marx lo vio con claridad: el hambre no produce automáticamente conciencia revolucionaria. Un obrero sometido a la sobreexplotación, con la mesa vacía y el futuro incierto, puede traicionar a su clase y actuar contra sus intereses históricos inmediatos, no por traición moral, sino por supervivencia.

Esto no convierte al pobre en enemigo de la justicia social. Significa algo más simple y más duro: la necesidad hace que se deje de ver el futuro y la mirada alcanza apenas a ver el día de mañana. Cuando la vida cotidiana se vuelve insoportable, la transformación estructural deja de ser una prioridad. Ahora lo importante es la estabilidad mínima.

Antonio Gramsci profundizó esta idea al señalar que ningún proyecto político se sostiene solo por tener razón. Un proyecto social necesita hegemonía, es decir, necesita la capacidad de articular valores, economía, cultura y sentido común. Cuando esa articulación se rompe, el pueblo no abandona un proyecto histórico: lo que hace es retirar su confianza en los líderes del proyecto.

4. La decepción: el punto de quiebre real

La pregunta sigue en pie: ¿por qué en elecciones democráticas el pueblo deja de votar por la izquierda y vota en cambio por la derecha, aún sabiendo que esa derecha es la causa de su pobreza? 

Un pueblo pobre no abandona un proyecto de justicia social por capricho, llámese partido político o movimiento social. Cuando eso ocurre, casi siempre hay una decepción profunda detrás. No es que el pueblo haya cambiado de ideología, lo que pasa es que ha vivido una experiencia que le provoca desconfianza

Esa decepción suele alimentarse de errores que la izquierda suele cometer:

  • la distancia creciente entre el discurso y la práctica;
  • la corrupción o el enriquecimiento de élites gobernantes de izquierda;
  • la improvisación económica que genera miedo;
  • la burocratización del poder;
  • la sensación de que los sacrificios siempre recaen en el pueblo pero no en los dirigentes.

Por eso tiene mucho sentido que el pueblo desconfíe de los líderes de izquierda que viajan en vuelos de primera clase, usan relojes de marcas exclusivas, usan ropa de gama alta o adquieren residencias que el pueblo no puede adquirir. 

Aquí ocurre algo decisivo: la izquierda pierde su ventaja ética. Y cuando eso pasa, el pueblo no “se vuelve de derecha”; simplemente deja de creer.

5. Orden, estabilidad y libertad no son demandas conservadoras

Otro error frecuente consiste en despreciar la demanda popular de orden y estabilidad, calificándola automáticamente como conservadora o reaccionaria. 

Para quien vive en la precariedad, el orden no es autoritarismo sino condición de supervivencia. La estabilidad no es resignación: es defensa de lo poco conquistado. Y la libertad no es un lujo burgués: es dignidad básica.

Cuando un proyecto de izquierda no logra garantizar bienestar material, libertades básicas y un horizonte creíble de futuro, el problema no es que el pueblo renuncie a sus causas naturales. El problema es que pone en duda a quienes dicen abanderarlas.

6. Chile y América Latina: una prueba histórica, no el final del camino

El regreso de la derecha en la tercera década del siglo XXI, lo que representó la caída de los gobiernos progresistas en Chile, Bolivia, Argentina o Perú, no deben leerse como el cierre de un ciclo histórico, sino como una prueba severa para las formas actuales de la izquierda latinoamericana.

La historia no está diciendo que la justicia social sea inviable. Está diciendo que no cualquier partido o movimiento político es suficiente para garantizar la justicia. La historia en América Latina exige de los liderazgos de izquierda mayor coherencia, mayor ética, mayor capacidad de gobierno y mayor fidelidad a la promesa de bienestar con igualdad.

7. Optimismo histórico: una responsabilidad, no una ingenuidad

Creer que la pobreza puede ser superada puede sonar idealista. Pero renunciar a esa posibilidad es una forma de cinismo. La humanidad ha demostrado que puede dejar atrás formas extremas de dominación. No porque el progreso sea automático, sino porque la lucha por una vida más digna es una constante histórica.

La historia no ha terminado de escribirse. Y escribirla mejor empieza por pensarla mejor.

1 COMENTARIO

  1. Laura Alicia Amado Becerril Laura Alicia Amado Becerril

    Gracias, excelentes análisis y clase de primera para tener esperanza en la izquierda latinoamericana, no perder de vista las condiciones propias de cada región

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