La educación nunca ha sido neutral: ideología, poder y la disputa por formar al sujeto

Ilustración conceptual sobre educación y formación del pensamiento, con figuras humanas y elementos simbólicos que representan ideas, poder y sociedad.
La educación como espacio de disputa simbólica: ideas, poder y formación del sujeto se entrecruzan en toda práctica educativa, incluso cuando pretende ser neutral.

Cada cierto tiempo reaparece la misma acusación: el modelo educativo se está ideologizando. Se dice como advertencia, como si existiera un pasado puro en el que la escuela enseñaba conocimientos “neutrales”, ajenos a cualquier visión parcial del mundo. Sin embargo, basta detenerse un momento para advertir que esa nostalgia se apoya en una premisa falsa, porque en realidad la educación nunca ha sido neutral.

No lo fue en el pasado, no lo es hoy y no lo será mañana. Pensar lo contrario no es ingenuidad; es desconocer cómo funciona la formación humana.

Toda educación transmite más que conocimientos

En la escuela no solo se aprenden matemáticas, lengua o ciencias. Se aprende —a veces sin notarlo— qué es el éxito, cómo se mide el valor personal, qué significa obedecer, competir, cooperar o cuestionar. Se aprende qué merece atención y qué puede ignorarse. En otras palabras: toda educación forma un tipo específico de sujeto.

Eso implica siempre una visión del mundo, una idea de sociedad, una noción de lo deseable. Negarlo no elimina la ideología, sino simplemente la oculta.

Durante décadas, el modelo educativo dominante se presentó como técnico, objetivo y apolítico. Pero bajo esa apariencia se transmitieron valores muy concretos: la competencia individual como virtud central, la evaluación como medida del valor personal: el que tiene diez vale más, el que obtiene ocho vale menos. La adaptación al orden existente se convierte en signo de éxito. Nada de eso es neutro. Simplemente se vuelve costumbre.

El mito de la neutralidad: cuando la ideología se disfraza de normalidad

La fuerza del modelo educativo tradicional no radica en su ausencia de ideología, sino en su capacidad para ocultarla. Funciona porque se vive como si fuera lo “normal”, no como una postura entre otras sino como la única posible, la única racional, la única aceptable. Lo que se ajusta a ese esquema se considera serio, riguroso y de calidad, mientras que lo que otras corrientes educativas que lo cuestiona se vuelve sospechoso de ser, esas sí, ideología y adoctrinamiento.

Este fenómeno no es nuevo. Pensadores como Antonio Gramsci lo describieron con claridad: decía él que cuando una visión del mundo comienza a operar como evidencia, ya no como ideología, sino como sentido común incuestionado, deja de percibirse como ideología y comienza a operar como evidencia de ser sentido común. Ya no se discute; sólo se asume.

Por eso, cuando un proyecto educativo decide hacer visibles las consecuencias sociales de un modelo que se ha presentado como neutral y decide hablar de alternativas educacionales como justicia social, comunidad, contexto social, desigualdad, lo que está sucediendo no es que aparezca la ideología de la educación liberal, sino que la exhibe. Y eso la incomoda.

¿Adoctrinamiento? Una palabra que dice menos de lo que parece

La acusación de adoctrinamiento, como suele acusarse a una educación alternativa que resalta valores de justicia social, comunidad y contexto social, suele utilizarse como arma de debate, pero rara vez se examina con rigor. Si adoctrinar significa transmitir valores y una visión del mundo, entonces toda educación adoctrina en algún grado. La diferencia real no está ahí, sino en otra parte.

La pregunta honesta no es si existe ideología en la educación, porque todo modelo educativo tiene una ideología, sino:

  • ¿qué ideología se transmite?,
  • ¿con qué grado de conciencia vive ese modelo educativo?,
  • ¿se permite al estudiante comprenderla y cuestionarla?,
  • ¿o se presenta como única opción posible?

Un modelo que se asume neutral, pero no admite crítica, puede ser mucho más doctrinario que uno que declara abiertamente su horizonte ético y se expone al debate.

El mercado educativo: un factor que rara vez se menciona

Hay un elemento que suele quedar fuera de la discusión pública: los intereses económicos ligados a la educación. Editoriales, empresas de evaluación estandarizada, proveedores de materiales y certificaciones dependen de un tipo específico de escuela: la que fragmenta, examina y cuantifica.

Cuando un modelo educativo cuestiona la centralidad del examen, reduce la dependencia de materiales privados o reconfigura la lógica de evaluación, no solo produce un debate pedagógico. Afecta un ecosistema económico. En ese contexto, no toda resistencia es ideológica, aunque se exprese con ese lenguaje.

Reconocer esto no implica demonizar actores, sino hacer visible el campo completo de fuerzas en el que se disputa la educación.

Movimiento de izquierda, gobierno y una tensión inevitable

El debate actual entre quienes impulsan un nuevo modelo educativo y quienes tienen la responsabilidad de implementarlo no son anomalías ni traiciones internas. Responden a una tensión conocida en todo proceso de transformación: la tensión que existe entre la aspiración de cambio profundo y la necesidad de administrar un sistema educativo complejo.

Quien tiene el impulso de imaginar otro tipo de escuela difiere de quien tiene la responsabilidad de hacerla funcionar día a día. Confundir esa tensión con una ruptura radical empobrece el análisis. En realidad, se trata de una disputa por la estrategia, y no necesariamente es una discordancia en el sentido profundo de un nuevo modelo educativo.

La educación aparece siempre en el centro de estas tensiones porque formar personas es una decisión de largo alcance. No define solo políticas públicas, sino analizar los futuros posibles.

El verdadero debate: elegir con honestidad

Reducir la discusión educativa a consignas sobre adoctrinamiento o neutralidad evita la pregunta de fondo. Y esa pregunta es incómoda, pero necesaria: ¿qué tipo de sociedad queremos generar mediante la educación? ¿Una que se limite a perpetuar el orden existente o una que permita comprenderlo y, eventualmente, transformarlo?

No hay respuestas técnicas a esa cuestión. Es una decisión cultural, política y ética. Fingir neutralidad solo desplaza el problema; no lo resuelve.

Una conclusión necesaria

Tal vez el mayor gesto de honestidad intelectual consista en admitir que la educación siempre forma desde una perspectiva. La diferencia no está en negar ese hecho, sino en decidir si estamos dispuestos a discutirlo abiertamente.

Porque en educación —como en toda vida colectiva— lo que no se nombra por su nombre se impone de manera oculta.

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