Jaime Sabines: la certeza de amar en la duda

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Entre el amor y la conciencia

En la poesía de Jaime Sabines, la vida se revela sin adornos: cuerpo, deseo, duda, tiempo, muerte. Su lenguaje es llano pero ardiente, profundamente humano. A diferencia de los poetas que elevan el amor al cielo, Sabines lo encarna en la tierra. 

El amor no es un ideal; es un suceso vital que se sufre, se goza y se teme perder. En ese tono cotidiano y desgarrado se inscribe el poema “Yo no lo sé de cierto”, una pieza breve que encierra toda la poética sabiniana: la imposibilidad de decir con certeza lo que se siente, pero la necesidad de decirlo.

“Yo no lo sé de cierto, lo supongo”.

Lo supongo apenas. Desde su primer verso, el poeta instala el territorio de la duda. No sabe, pero sospecha; no afirma, pero intuye. La certeza del sentimiento —tan proclamada por la poesía romántica— se desvanece aquí. El amor no se afirma: se tantea. Y sin embargo, en esa vacilación está la verdad más humana del afecto: amar sin entender del todo por qué.

La intuición del amor como conocimiento

El poema no desarrolla una anécdota ni una descripción del ser amado. Lo que interesa a Sabines no es el objeto amoroso sino el acto de amar. En su brevedad, la voz poética se debate entre lo que puede saberse y lo que apenas se adivina. Es un amor que se reconoce en los gestos y no en las definiciones. 

En su aparente sencillez, Sabines plantea un dilema epistemológico: el amor como forma de conocimiento intuitivo, no racional. Amar —para el poeta— es suponer con el alma, no demostrar con la mente.

Esa intuición es también corporal. En Sabines, el pensamiento no está separado de la carne. El amor no se abstrae, se vive en la respiración, en el cansancio, en el roce cotidiano. Por eso su poesía —aunque sencilla en apariencia— vibra con una filosofía del cuerpo: el amor como conocimiento encarnado.

El lenguaje de lo simple

Uno de los mayores logros del poema es su tono conversacional. Sabines escribe como si hablara con un amigo o consigo mismo. Su voz poética carece de solemnidad:

“Yo no lo sé de cierto, lo supongo”.

Esa naturalidad rompe con la tradición de la poesía culta y coloca a Sabines junto a los grandes poetas del habla viva —como César Vallejo o Nicanor Parra—, quienes hicieron del lenguaje común un vehículo de profundidad. Su aparente simpleza es engañosa: debajo del tono coloquial late una reflexión existencial.

Entre la fe y la duda

En el fondo, Sabines nos habla del deseo de creer en el amor sin pruebas. Su poema habita el mismo terreno que la fe: no hay evidencia, pero hay entrega. Amar, como creer, es un acto que se sostiene en la incertidumbre. Por eso “Yo no lo sé de cierto” podría leerse también como una profesión de fe laica: creer en el otro sin certeza alguna.

Esa tensión entre creer y dudar, entre afirmar y callar, recorre toda la obra sabiniana. En poemas como Los amorosos o Algo sobre la muerte del Mayor Sabines, el poeta despliega la misma fuerza: lo esencial no se explica, se vive. En su poesía, la duda no destruye el amor; lo vuelve verdadero.

El milagro de lo cotidiano 

Yo no lo sé de cierto” condensa en unos cuantos versos la fragilidad del amor humano. En su brevedad se cifra una filosofía de la existencia: no sabemos nada con certeza —ni del amor, ni de Dios, ni de la vida—, pero seguimos buscando, suponiendo, creyendo.

Sabines nos enseña que la poesía no es un acto de certeza sino de presencia. Amar, escribir, vivir… todo es un intento. Y tal vez ahí, en el titubeo, radica la belleza.

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