Entre la fortaleza y el vacío: la tecnología ante el individuo y la sociedad

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Una persona sola frente a su computadora, rodeada por una multitud indiferente: metáfora de la soledad conectada en la era digital.

En la historia de la humanidad, pocas fuerzas han modificado tan profundamente la estructura social y la experiencia interior como la tecnología. Desde la rueda hasta la inteligencia artificial, cada herramienta ha redefinido no solo el modo de producir, sino el modo de ser. 

Pero en el siglo XXI, cuando la tecnología ha dejado de ser un instrumento y se ha vuelto ambiente, la pregunta se torna más radical: ¿nos está fortaleciendo o debilitando? ¿Nos vuelve más humanos o más funcionales, más libres o más dependientes?

Para abordar este dilema conviene reunir dos miradas sociológicas complementarias: la de Gerhard Lenski, quien vio en la tecnología el motor estructural de la evolución social, y la de Sherry Turkle, quien descubrió en ella el espejo donde se fractura la identidad contemporánea. Ambos, desde perspectivas distintas, nos ayudan a pensar el doble filo de la era digital: su poder de cohesión y su capacidad de desintegración.

La tecnología como eje de la evolución social: la mirada de Gerhard Lenski

Gerhard Lenski, en su teoría de la evolución sociocultural, propuso que el desarrollo tecnológico es el factor decisivo que determina la organización de las sociedades. Las tribus cazadoras, las comunidades agrícolas, las naciones industriales y las actuales sociedades informacionales se distinguen por el tipo de tecnología que domina sus relaciones de producción y comunicación.

Para Lenski, la tecnología fortalece la sociedad porque amplía su capacidad de adaptación al entorno. Gracias a ella, la humanidad ha sobrevivido a la escasez, ha colonizado territorios, ha aumentado la esperanza de vida y ha desarrollado instituciones complejas. La información, en su fase más reciente, se ha convertido en la materia prima del progreso y en el fundamento del poder.

Pero este fortalecimiento estructural encierra una contradicción: la tecnología no solo distribuye beneficios, también redistribuye desigualdades. Cada salto técnico crea nuevas jerarquías. Quien controla la información controla el poder, y quienes carecen de alfabetización digital quedan marginados. Así, el progreso tecnológico no elimina la desigualdad: la reformula.

Lenski anticipó, sin conocer las redes sociales ni los algoritmos, que las sociedades informacionales tenderían a concentrar la riqueza en quienes dominan los flujos de datos. En ese sentido, la tecnología no solo fortalece el sistema social, sino que acentúa su fragilidad moral, al sustituir la cooperación por la competencia informativa.

La tecnología como espejo del yo: la mirada de Sherry Turkle

Mientras Lenski observaba los sistemas, Sherry Turkle observó las almas. Psicóloga y socióloga del MIT, Turkle ha dedicado décadas a estudiar cómo los dispositivos digitales transforman la subjetividad y las relaciones humanas. Su diagnóstico es tan lúcido como inquietante: la tecnología no solo cambia lo que hacemos, cambia lo que somos.

En Alone Together (2011), Turkle describe una sociedad “conectada pero sola”. La comunicación digital —mensajes, redes, pantallas— ofrece una ilusión de presencia permanente que sustituye la experiencia del encuentro real. El otro se convierte en interfaz, la conversación en intercambio de datos, la soledad en vacío que intentamos llenar con notificaciones.

Según Turkle, el individuo se fortalece en su capacidad de expresión: puede mostrarse, crear identidades múltiples, construir comunidad en el espacio virtual. Pero, al mismo tiempo, se debilita porque pierde profundidad interior. “Esperamos más de la tecnología y menos de nosotros mismos”, escribe. El yo hiperconectado vive disperso, ansioso, dependiente del reconocimiento instantáneo. La empatía —ese arte de detenerse en el otro— se diluye en la velocidad del clic.

Entre Lenski y Turkle: la paradoja contemporánea

Si unimos las dos miradas, emerge una paradoja esencial: la sociedad se hace más poderosa, pero el individuo más frágil.

Desde Lenski, la tecnología ha dado a la humanidad un dominio inédito sobre la naturaleza. Desde Turkle, ese dominio amenaza con destruir la interioridad que nos hacía humanos. El mundo digital ha expandido la inteligencia colectiva, pero ha erosionado la intimidad individual. Nos movemos en redes cada vez más vastas y, sin embargo, sentimos una soledad cada vez más densa.

Podría decirse que la fortaleza técnica encubre una debilidad espiritual. La sociedad contemporánea se organiza mediante la información, pero carece de una narrativa compartida que le dé sentido. El individuo domina el lenguaje digital, pero pierde el lenguaje del alma. La pantalla amplifica la voz, pero enmudece la escucha.

Desde el punto de vista estructural, la tecnología ha hecho de la humanidad una red interdependiente. Desde el punto de vista existencial, esa red no garantiza comunidad: la hiperconexión no necesariamente implica comunión.

El nuevo contrato tecnológico

Hoy, la tecnología se ha convertido en una especie de contrato social invisible. No lo firmamos conscientemente, pero lo cumplimos cada día al entregar datos, emociones y tiempo a los sistemas digitales. A cambio, recibimos comodidad, eficiencia, entretenimiento. Pero en el proceso, el individuo se redefine como usuario y la sociedad como mercado.

En este nuevo contrato, la libertad se traduce en acceso, la identidad en perfil y la memoria en algoritmo. Si Lenski analizara la actual fase de la evolución social, probablemente diría que la humanidad ha entrado en la etapa “tecnoinformacional”: una era en la que la información ya no solo media la vida, sino que la genera.

Turkle, en cambio, diría que hemos permitido que la tecnología reemplace la conversación por la conexión, y la reflexión por la reacción.

Ambos, desde planos distintos, coincidirían en que estamos ante una mutación cultural sin precedentes: una humanidad que produce más conocimiento que nunca, pero que quizás se comprende menos a sí misma.

Fortaleza y fragilidad: una síntesis provisional

La tecnología actual, observada a la luz de Lenski y Turkle, no puede definirse como un bien o un mal absoluto. Es ambivalente, como toda creación humana.

  • Fortalece al individuo cuando amplía su horizonte de acción y expresión.
  • Lo debilita cuando sustituye el encuentro con el otro por la autosatisfacción inmediata.
  • Fortalece a la sociedad cuando facilita la cooperación, la eficiencia y la innovación.
  • La debilita cuando concentra el poder y diluye el sentido de comunidad.

Podríamos decir que la tecnología multiplica nuestras capacidades externas, pero también expone nuestras carencias internas. Aumenta la potencia, pero reduce la presencia. Amplía el mundo, pero encoge el alma.

Preguntas que quedan abiertas

¿Podrá el ser humano reequilibrar la balanza entre progreso técnico y sabiduría moral?

¿Podrá la sociedad informacional convertirse en una sociedad verdaderamente solidaria, o solo en una red de consumidores interconectados?

¿Podrá el individuo, rodeado de pantallas, volver a mirar hacia adentro sin miedo al silencio?

¿Podremos educar una nueva generación que no solo domine los algoritmos, sino también las emociones y los vínculos?

Y sobre todo: ¿seremos capaces de usar la tecnología para humanizarnos más, o permitiremos que ella defina, en nuestro lugar, lo que significa ser humano?

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