
El giro hacia el sujeto
Con René Descartes (1596–1650) nace una nueva manera de pensar que transformará radicalmente la historia de la filosofía occidental. Hasta él, la verdad se buscaba fuera del sujeto: en Dios, en la naturaleza o en la tradición.
Descartes inaugura una revolución silenciosa: la verdad debe fundarse en la certeza interior del pensamiento mismo. El punto de partida ya no será el mundo ni la fe, sino el yo que piensa. Con él nace el sujeto moderno.
Este desplazamiento del fundamento —de lo externo a lo interno— marca el inicio del pensamiento moderno. Ya no se trata de interpretar la realidad a partir de lo que el mundo “es”, sino a partir de lo que el pensamiento puede conocer con certeza. Por eso, la filosofía cartesiana es una búsqueda de un punto firme e indudable desde el cual construir todo el edificio del saber.
La duda metódica: destruir para fundar
Descartes decide someter todo a la duda. Duda de los sentidos, porque engañan; duda de la experiencia, porque puede ser ilusoria; duda incluso de las verdades matemáticas, pues podrían ser el producto de un genio maligno que le hiciera creer lo falso como verdadero. Pero esta duda no es desesperanza ni escepticismo: es un método, una herramienta para hallar la verdad firme.
El filósofo lo explica en sus Meditaciones Metafísicas: “Rechazaré como absolutamente falso todo aquello en lo que pueda imaginar la menor duda”. Es un acto radical: destruir el edificio del conocimiento para hallar una sola piedra que resista la demolición. Esa piedra, la única certeza que sobrevive a la duda total, será el acto de dudar mismo.
El “pienso, luego existo”
En el momento más profundo de la duda, Descartes descubre algo que no puede negar: mientras duda, piensa; y mientras piensa, existe. “Cogito, ergo sum” —pienso, luego existo— se convierte en la primera verdad indudable, el punto de apoyo de toda su filosofía.
El yo cartesiano no es el yo psicológico ni sentimental, sino el yo pensante, el sujeto racional que se descubre como fundamento de la certeza. En él se asienta la nueva filosofía: la existencia del mundo, de Dios y de los otros será reconstruida a partir de este punto originario.
De esta manera, el pensamiento cartesiano pone al yo como principio y medida del conocimiento. Con él se abre el camino que recorrerán Kant, Husserl, Heidegger y toda la filosofía moderna: la búsqueda del sentido y del ser a partir de la conciencia.
Las consecuencias del cogito
El descubrimiento cartesiano tiene consecuencias profundas:
- Epistemológicas: la verdad depende del sujeto cognoscente.
- Ontológicas: el ser se reconoce primero como conciencia de sí.
- Culturales: se afirma la autonomía de la razón humana frente a la tradición, la religión o la autoridad.
El “pienso, luego existo” es más que una frase célebre: es el acta de nacimiento del yo moderno, del individuo autónomo, responsable de su conocimiento y de su destino. En adelante, el sujeto ya no es una criatura que recibe la verdad; es un ser que la construye con su razón.
Críticas y legado
La modernidad heredará de Descartes tanto su fuerza liberadora como sus límites. Su énfasis en la razón y la separación entre mente y cuerpo serán cuestionados por pensadores posteriores. Pero su impulso hacia la certeza interior sigue siendo el punto de partida de toda reflexión sobre la subjetividad.
Como dirá Husserl siglos después, toda filosofía auténtica es, en cierto modo, cartesiana, porque siempre vuelve a la pregunta: ¿qué puedo saber con absoluta certeza desde mí mismo?
Resumen
El proyecto de Descartes no fue un acto de orgullo intelectual, sino un intento desesperado de encontrar verdad en medio de la duda. Su legado no consiste en haber cerrado la pregunta, sino en haberla abierto para siempre: el ser humano es un buscador de verdad que, al dudar, se encuentra a sí mismo. Así nació el yo moderno, con la duda como cuna y el pensamiento como morada.






