Recordar para sanar: la memoria herida en Paul Ricoeur

El recuerdo como camino hacia la reconciliación

Paul Ricoeur, filósofo francés del siglo XX, dedicó una parte esencial de su obra a reflexionar sobre la memoria, el olvido y la reconciliación. En su libro La memoria, la historia, el olvido (2000), Ricoeur no trata el recuerdo como una simple facultad mental, sino como una dimensión ética: recordar es un acto moral. No se trata solo de traer al presente lo que ocurrió, sino de darle sentido a lo vivido, especialmente cuando el pasado está marcado por el dolor o la injusticia.

El filósofo parte de una pregunta inquietante: ¿cómo puede una sociedad —o una persona— sanar cuando su memoria está herida? La respuesta de Ricoeur no es el olvido, sino la reconstrucción narrativa del pasado. Es decir, contar lo que sucedió, pero desde una mirada que permita comprender y reconciliarse, no repetir ni vengar.

Memoria, olvido y perdón

Ricoeur distingue entre el olvido necesario —ese que nos permite vivir sin el peso constante del pasado— y el olvido culpable, que es una forma de negación. Recordar, entonces, no significa obsesionarse con la herida, sino integrarla en la identidad. La memoria sana cuando el individuo o el pueblo pueden mirar hacia atrás sin que el dolor los paralice.,

En este proceso, el perdón ocupa un lugar central. Pero Ricoeur aclara que el perdón no borra la falta, sino que la resignifica. “El perdón difícil”, como él lo llama, es aquel que reconoce plenamente el daño, pero decide no dejarse gobernar por él. Es un acto libre y transformador, más que una simple reconciliación social. Para Ricoeur, perdonar no es olvidar: es recordar sin odio.

La memoria como identidad narrativa

Uno de los conceptos más conocidos de Ricoeur es la identidad narrativa. Él sostiene que las personas y las comunidades no son solo una suma de hechos, sino relatos en construcción. Así como una historia se compone de episodios, giros y desenlaces, también nuestras vidas se tejen con recuerdos que, al contarse, adquieren sentido.

De este modo, recordar se convierte en una forma de reconstruirnos. Frente al trauma o la violencia, narrar lo ocurrido —con verdad, con justicia, con apertura— permite restituir la dignidad de quien sufrió. Ricoeur no propone olvidar las heridas del pasado, sino convertirlas en palabra, porque solo lo que se dice puede ser comprendido y eventualmente curado.

Del individuo al pueblo: memoria colectiva

Ricoeur aplica esta visión no solo a las personas, sino también a los pueblos. Una nación con memoria herida —por guerras, dictaduras, desapariciones o injusticias históricas— necesita contar su historia de manera justa, sin falsificación ni revancha. Solo así puede nacer una memoria compartida, capaz de fundar un futuro común.

De ahí su advertencia contra los abusos de la memoria: tanto el uso político del pasado como la negación del dolor histórico son formas de manipulación. En ambos casos, la verdad se distorsiona. Para sanar, la memoria debe servir al reconocimiento y no al poder.

Recordar como acto de esperanza

Ricoeur nos invita a mirar el recuerdo como un acto de esperanza. No se trata de quedar atrapados en el pasado, sino de aprender de él para no repetirlo. Una memoria sanada no es aquella que olvida, sino la que integra la herida en su relato y se atreve a mirar hacia adelante.

Recordar, entonces, no es solo un deber con los muertos, sino también con los vivos. Al narrar lo que fue, abrimos la posibilidad de un futuro distinto. Como dice Ricoeur, “la memoria fiel es la que mantiene vivo el vínculo entre la verdad y la justicia”. Recordar para sanar es, en última instancia, recordar para seguir siendo humanos.

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