
La compasión y la empatía pueden humanizar la política
En la historia del pensamiento político, la razón ha sido presentada con frecuencia como el pilar de la justicia. Desde Platón hasta Kant, se ha entendido que el ciudadano ideal es aquel capaz de controlar sus pasiones y actuar conforme a principios racionales.
Sin embargo, en tiempos de polarización, desigualdad y violencia, la filósofa estadounidense Martha Nussbaum propone mirar hacia aquello que la tradición quiso domesticar: las emociones. Para Nussbaum, las emociones no son un obstáculo para la justicia, sino su fundamento humano. Sin compasión, empatía y reconocimiento de la vulnerabilidad del otro, ninguna democracia puede sostenerse.
Una crítica a la razón fría
Nussbaum, formada en filosofía clásica y doctora por Harvard, ha dedicado gran parte de su obra —especialmente en Upheavals of Thought (2001) y Political Emotions (2013)— a desmontar el mito de la razón pura.
En su lectura, las emociones no son simples impulsos irracionales, sino formas de juicio acerca de lo que valoramos. Cuando sentimos compasión por alguien que sufre, no reaccionamos de modo instintivo: emitimos un juicio moral sobre la dignidad de esa persona y el valor de su bienestar.
Así, las emociones se convierten en un lenguaje moral profundo. “Las emociones”, dice Nussbaum, “no son fuerzas ciegas, sino que incluyen creencias sobre lo que es importante y sobre nuestra relación con los demás”. La justicia, entonces, no puede edificarse únicamente sobre leyes o principios abstractos, sino sobre una comprensión emocional de la interdependencia humana.
Esta postura desafía la visión liberal clásica que busca separar lo público de lo emocional. Nussbaum considera que una sociedad que expulsa las emociones del espacio político corre el riesgo de producir ciudadanos indiferentes, incapaces de reconocer el sufrimiento ajeno o de comprometerse con el bien común.
La compasión como virtud democrática
Para Nussbaum, la compasión es la emoción política por excelencia. Se trata de una respuesta emocional que reconoce tres cosas: que el otro sufre, que ese sufrimiento es grave, y que podría afectarnos también a nosotros. En ese sentido, la compasión une la conciencia de la vulnerabilidad compartida con el juicio de que toda vida humana merece respeto.
En su libro Las fronteras de la justicia, Nussbaum sostiene que la democracia necesita cultivar la compasión para contrarrestar la indiferencia que generan las desigualdades. No basta con tener instituciones justas: también necesitamos corazones sensibles. La compasión se convierte así en un lazo cívico que puede hacer de la política algo más humano.
En términos prácticos, esto implica educar las emociones. Las escuelas, los medios y las artes —dice Nussbaum— deben ayudar a las personas a ponerse en el lugar del otro. Un ejemplo clásico es el papel de la literatura: cuando un estudiante lee Los miserables de Victor Hugo o Pedro Páramo de Juan Rulfo, no solo adquiere cultura, sino que entrena su imaginación moral al comprender vidas ajenas y sufrimientos diferentes.
Educar la compasión es formar ciudadanos que no solo piensen, sino que sientan justicia.
Vulnerabilidad y humanidad compartida
La filosofía política moderna, influida por Hobbes y Locke, imaginó a los individuos como seres racionales y autosuficientes que pactan para crear un Estado. Nussbaum rechaza esa ficción. A su juicio, el ser humano no es un individuo cerrado, sino un ser vulnerable, dependiente de otros desde su nacimiento hasta su muerte. Reconocer esta vulnerabilidad es el primer paso hacia una ética de la solidaridad.
La filósofa afirma que el miedo a la propia vulnerabilidad puede volvernos crueles o indiferentes. Para protegernos del dolor, muchas veces deshumanizamos a los otros: los pobres, los migrantes, los enfermos, los que piensan distinto. Pero cuando aceptamos que todos compartimos la fragilidad de la vida —el dolor, la pérdida, la necesidad de amor y dignidad—, las fronteras entre “ellos” y “nosotros” se disuelven.
En esta línea, Nussbaum coincide con pensadores como Emmanuel Lévinas, quien veía en el rostro del otro un llamado ético. Pero su enfoque es más práctico: quiere que esa sensibilidad se traduzca en políticas públicas que reconozcan la interdependencia. De ahí su teoría de las capacidades humanas, elaborada junto con Amartya Sen, que define la justicia no por la riqueza material, sino por las oportunidades reales que cada persona tiene para vivir una vida digna.
Emociones que fortalecen la democracia
Nussbaum distingue entre emociones que dividen y emociones que unen. El miedo y la ira, por ejemplo, pueden alimentar el autoritarismo o la exclusión. La compasión y la esperanza, en cambio, fomentan la cooperación. Por eso, advierte que las democracias deben nutrir emociones públicas constructivas, en lugar de dejar que el resentimiento o la humillación sean los motores de la política.
En Political Emotions, propone que los símbolos, rituales y discursos públicos no sean neutrales: deben inspirar amor cívico. No se trata de manipular sentimentalmente, sino de reconocer que la cohesión democrática requiere afectos compartidos. El respeto a la bandera, las conmemoraciones o los discursos de justicia social pueden ser espacios donde se cultiva un patriotismo inclusivo y compasivo, no excluyente.
El desafío, sin embargo, está en evitar el sentimentalismo vacío. La empatía política no significa llorar ante cada tragedia, sino transformar la emoción en acción. Sentir compasión por los marginados implica respaldar políticas de inclusión; sentir empatía por los migrantes implica oponerse a leyes injustas. La emoción es el impulso; la razón, la guía.
Humanizar la política
La propuesta de Nussbaum cobra relevancia en un mundo donde la política parece guiada por el cálculo, la propaganda o el miedo. Frente a ello, la filósofa invita a repolitizar la sensibilidad. No hay justicia sin emoción, ni democracia sin humanidad. Gobernar implica comprender las necesidades y los dolores del pueblo, no solo administrar cifras.
Esto no significa abandonar la racionalidad, sino complementarla con una inteligencia emocional que oriente las decisiones hacia el bien común. Un Estado compasivo no es débil, sino más fuerte, porque construye legitimidad desde la confianza y la empatía. Como escribe Nussbaum: “Solo cuando reconocemos nuestro propio dolor en el del otro, la justicia deja de ser una abstracción y se convierte en humanidad viviente”.
Hacia una ética del cuidado público
El pensamiento de Martha Nussbaum nos recuerda que la democracia no se sostiene solo en leyes ni en votos, sino en relaciones humanas. Las emociones son el puente entre la moral privada y la vida pública. Sin compasión, la política se vuelve fría; sin empatía, la justicia se convierte en trámite.
La tarea ética de nuestro tiempo consiste en humanizar la política, reconociendo que todos somos frágiles y dependientes unos de otros. Las emociones no deben suprimirse, sino orientarse: el amor, la ternura y la esperanza pueden ser tan revolucionarios como la protesta y la crítica. En sociedades donde la desigualdad deshumaniza, la compasión es un acto de resistencia moral.
Nussbaum no idealiza la emoción, pero sí la rescata del desprecio filosófico. Su propuesta es clara: sin una educación sentimental, no habrá ciudadanía plena. La justicia no puede prescindir de la sensibilidad, porque en el fondo, ser justos es aprender a sentir con los demás.

Breve biografía literaria de Martha Nussbaum:
Martha C. Nussbaum (n. 1947, Nueva York) es una de las filósofas contemporáneas más influyentes en ética, filosofía política y teoría de las emociones. Profesora en la Universidad de Chicago, ha desarrollado un pensamiento humanista que une la filosofía clásica con los desafíos del mundo actual. Su obra explora cómo las emociones —especialmente la compasión y la empatía— pueden fortalecer la justicia y la democracia. Entre sus libros más destacados se encuentran The Fragility of Goodness (1986), Upheavals of Thought (2001), Las fronteras de la justicia (2006) y Political Emotions (2013). Su enfoque literario y filosófico rescata el valor del sentimiento como fuente de sabiduría moral y propone una ética centrada en la vulnerabilidad y la dignidad humana.







